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Ezequiel Villarino
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1. Por allí (no importa el lugar o los lugares, no interesa en este momento) puede leerse que Wong Kar Wai se repite y se parodia. Nada más exacto que lo primero: un autor tiende a reiterarse. Sin embargo, nada más lejano que lo segundo: My Blueberry Nights no es una parodia de otras obras del director sino una continuación de sus obsesiones y un especie de camino iniciático, emprendido a partir de la ausencia de Doyle (ahora reemplazado por Khondji con muy buenos resultados).
2. Por más que los detractores intenten buscar marcas de agotamiento, Wong Kar Wai sigue siendo Wong Kar Wai: el mismo artista de siempre, el refinado esteta que opta por acortar distancias al momento de entregarnos los sentimientos más profundos entre personajes. Esas maneras (o formas) del sentir son únicas: nadie sabe amar como Wong Kar Wai y su cine. Tampoco, nadie, sabe tejer vínculos tan profundos entre los espectadores y aquello que sucede en pantalla: partiendo de la voz en off; siguiendo por los monólogos internos; registrando mediante planos detalle los rasgos más curiosos y atractivos de cualquier objeto (en My Blueberry Nights la crema y los pasteles desaparecen en labios hermosos y dormidos); recurriendo a la música extradiegética que marca el tiempo y acompaña los movimientos de cámara (travellings y paneos se funden en el ritmo hipnótico del soul y el blues, guiados por la voz de Norah Jones); hasta llegar al ralenti y a su efecto sobre el tiempo de la imagen (el tiempo es importante, demasiado importante como para extender este párrafo a niveles desproporcionados).
3. Unamos, ahora, la temporalidad con las imágenes: esa conexión, indudablemente, nos hace comparar. Homologar lo que "es" (My Blueberry Nights) con lo que "fue" (In the mood for love, 2046, Chung King Express y otras). Y aquello que "es", no es un film que se asemeje, exclusivamente, a esa película protagonizada por Tony Leung Chiu Wai y Maggie Cheung sino un interesante cruce estético.
4. Wong Kar Wai, luego de ese incio que centra su continuidad en un montaje demasiado visible y, lógicamente, poco calmo (curiosidad: William Chang, en esos minutos, parece haber adquirido otro ritmo en lo que respecta al corte y la sucesión de planos) vuelve a narrar de la manera en que había narrado en tantas otras oportunidades: con una cámara móvil que se desplaza en lugares imposibles y capta objetos, colores y personajes (como ocurría en Chung King Express, Fallen Angels o Happy Together); pero también con una cámara contemplativa e inmóvil (como en In the mood for love, 2046 o The hand). Si bien no existe la posición desequilibrada de la cámara y la pasión por el gran angular y la profunidad de campo de Fallen Angels, o la vertiginosa esencia de Chung King Express (recordarán los cambios de velocidad y el seguimiento a los personajes en el inicio de su tercer largo), el director opta por travellings sutiles que describen el espacio en donde los personajes interactúan (los espacios y el tiempo son siempre trascendentes en el cine de Wong).
5. Puede pensarse a My Blueberry Nights como un ejercicio algo solemne. Y digo "algo" porque existe, dentro del film, la voluntad de sortear el desengaño y el dolor mediante la descontracturante irrupción del humor de ciertos diálogos y acciones (algunas implican una conexión cósmica, como el ataque que reciben al mismo tiempo, pero en lugares distintos, Jeremy y Elizabeth) y la complicidad de hacernos sentir cercanos en los momentos más apasionantes de la historia (aquel momento del beso robado, por ejemplo).
6. De acuerdo, dije solemnidad (que en el campo de la crítica es una especie de mala palabra); pero esos pasajes conflictivos siempre se resuelven en miradas y silencios, a esta altura virtudes sobresalientes captadas en primeros planos, planos detalle, ralentis y otros rasgos personales. Y una de las características más importantes del cine de Wong es esa especie de "valor hipnótico" que proporcionan las imágenes, la música, los sonidos y las palabras. Todo esto conforma una esencia inagotable. Esencia que varía mínimamente de film a film pero que se mantiene intacta a lo largo del tiempo. Pedirle que cambie es un pecado; ya que sería negar toda posibilidad de soñar despierto.
7. Para finalizar diré que esto es sólo una introducción. Un prólogo que asegura continuar en otro texto. Tal vez sea la escritura de un enamorado que ve más virtudes que defectos en esas noches (y días) con sabor a dulzura. Tal vez sea un intento de atesorar en palabras, y para siempre, esta road movie repleta de sensaciones. Entonces, ¿cómo describir mediante palabras todo aquello que me produjo My Blueberry Nights? Tarea difícil, claro está. Pero como dice la voz de Elizabeth cerca del cierre: "No fue tan difícil cruzar esa calle después de todo... Todo depende de quién espera por ti del otro lado". Y del otro lado está el cine de Wong Kar Wai. El cine de ese director que en My Blueberry Nights nos dice que un beso puede ser tan dulce como una torta. Tan dulce como el verdadero amor, sin ir más lejos. Amor que no necesita demasiadas palabras, sino miradas y entendimiento mutuo.
2. Por más que los detractores intenten buscar marcas de agotamiento, Wong Kar Wai sigue siendo Wong Kar Wai: el mismo artista de siempre, el refinado esteta que opta por acortar distancias al momento de entregarnos los sentimientos más profundos entre personajes. Esas maneras (o formas) del sentir son únicas: nadie sabe amar como Wong Kar Wai y su cine. Tampoco, nadie, sabe tejer vínculos tan profundos entre los espectadores y aquello que sucede en pantalla: partiendo de la voz en off; siguiendo por los monólogos internos; registrando mediante planos detalle los rasgos más curiosos y atractivos de cualquier objeto (en My Blueberry Nights la crema y los pasteles desaparecen en labios hermosos y dormidos); recurriendo a la música extradiegética que marca el tiempo y acompaña los movimientos de cámara (travellings y paneos se funden en el ritmo hipnótico del soul y el blues, guiados por la voz de Norah Jones); hasta llegar al ralenti y a su efecto sobre el tiempo de la imagen (el tiempo es importante, demasiado importante como para extender este párrafo a niveles desproporcionados).
3. Unamos, ahora, la temporalidad con las imágenes: esa conexión, indudablemente, nos hace comparar. Homologar lo que "es" (My Blueberry Nights) con lo que "fue" (In the mood for love, 2046, Chung King Express y otras). Y aquello que "es", no es un film que se asemeje, exclusivamente, a esa película protagonizada por Tony Leung Chiu Wai y Maggie Cheung sino un interesante cruce estético.
4. Wong Kar Wai, luego de ese incio que centra su continuidad en un montaje demasiado visible y, lógicamente, poco calmo (curiosidad: William Chang, en esos minutos, parece haber adquirido otro ritmo en lo que respecta al corte y la sucesión de planos) vuelve a narrar de la manera en que había narrado en tantas otras oportunidades: con una cámara móvil que se desplaza en lugares imposibles y capta objetos, colores y personajes (como ocurría en Chung King Express, Fallen Angels o Happy Together); pero también con una cámara contemplativa e inmóvil (como en In the mood for love, 2046 o The hand). Si bien no existe la posición desequilibrada de la cámara y la pasión por el gran angular y la profunidad de campo de Fallen Angels, o la vertiginosa esencia de Chung King Express (recordarán los cambios de velocidad y el seguimiento a los personajes en el inicio de su tercer largo), el director opta por travellings sutiles que describen el espacio en donde los personajes interactúan (los espacios y el tiempo son siempre trascendentes en el cine de Wong).
5. Puede pensarse a My Blueberry Nights como un ejercicio algo solemne. Y digo "algo" porque existe, dentro del film, la voluntad de sortear el desengaño y el dolor mediante la descontracturante irrupción del humor de ciertos diálogos y acciones (algunas implican una conexión cósmica, como el ataque que reciben al mismo tiempo, pero en lugares distintos, Jeremy y Elizabeth) y la complicidad de hacernos sentir cercanos en los momentos más apasionantes de la historia (aquel momento del beso robado, por ejemplo).
6. De acuerdo, dije solemnidad (que en el campo de la crítica es una especie de mala palabra); pero esos pasajes conflictivos siempre se resuelven en miradas y silencios, a esta altura virtudes sobresalientes captadas en primeros planos, planos detalle, ralentis y otros rasgos personales. Y una de las características más importantes del cine de Wong es esa especie de "valor hipnótico" que proporcionan las imágenes, la música, los sonidos y las palabras. Todo esto conforma una esencia inagotable. Esencia que varía mínimamente de film a film pero que se mantiene intacta a lo largo del tiempo. Pedirle que cambie es un pecado; ya que sería negar toda posibilidad de soñar despierto.
7. Para finalizar diré que esto es sólo una introducción. Un prólogo que asegura continuar en otro texto. Tal vez sea la escritura de un enamorado que ve más virtudes que defectos en esas noches (y días) con sabor a dulzura. Tal vez sea un intento de atesorar en palabras, y para siempre, esta road movie repleta de sensaciones. Entonces, ¿cómo describir mediante palabras todo aquello que me produjo My Blueberry Nights? Tarea difícil, claro está. Pero como dice la voz de Elizabeth cerca del cierre: "No fue tan difícil cruzar esa calle después de todo... Todo depende de quién espera por ti del otro lado". Y del otro lado está el cine de Wong Kar Wai. El cine de ese director que en My Blueberry Nights nos dice que un beso puede ser tan dulce como una torta. Tan dulce como el verdadero amor, sin ir más lejos. Amor que no necesita demasiadas palabras, sino miradas y entendimiento mutuo.
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Prestado de Tôjô-Jin
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